Cuando hablamos de crianza, educación y la violencia que pueda estar implicita en estas acciones, siempre esta última es ubicada en lo que hace la otra mamá/papá, el otro maestro, en fin… el otro adulto, se convierte pues en aquella violencia, la violencia ajena, la del Otro. Y cuando por alguna razón se vislumbra la posibilidad de que esa violencia pueda ser nuestra (bien sea como madre, padre, maestro, tío, hermano o en fin adulto significativo), emergen infinidades de razones vinculadas con los límites, el convivir, la norma, lo correcto y la adecuada formación de la personalidad del niño. Es así como hemos contribuido de alguna manera a la consolidación de una sociedad que lucha por la minimización de cualquier expresión de violencia en el adulto, pero que aún justifica la violencia hacia la niñez, hasta llegar a invisibilizarla socialmente.
La
violencia es una acción que implica la agresión física, verbal, emocional o espiritualmente
a una persona. La Organización Mundial de la Salud, define la violencia como “El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como
amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o
tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos,
trastornos del desarrollo o privaciones.”
Ahora bien, a pesar de reconocer
conceptualmente la existencia de las diferentes implicaciones que tiene sobre
la persona un acto de violencia, muchos desestiman aquellos que tengan incidencia
emocional o espiritual por la imposibilidad de palparla de manera concreta; en
otras palabras, socialmente somos más reaccionarios ante la fractura de un
hueso que el romper un corazón, y esta indiferencia en muchas ocasiones nos ha
llevado a “romperle el corazón al niño” sin darnos cuenta que esta lesión
trasciende al llanto momentáneo y puede dejar una herida emocional más profunda
que la física.
Para poder reconocer y entender
estas expresiones de manera genuina y sentida hacia y para el niño es importante
que por un momento hagamos pausas en nuestras creencias e idearios de adultez,
aquellos que incluso creemos que son los más adecuados y que si miramos
introspectivamente, en silencio y con desnuda sinceridad a veces ni siquiera los
conseguimos en nosotros mismos… Y nos propongamos el complejo y develador reto
de poner en tela de juicio estos imaginarios y nos conectemos en amor y razón
con nuestros niños, de esta manera podríamos darle un tono de mayor legitimidad
y razón a las exigencias, peticiones y conductas de quienes hoy en su niñez
necesitan de nosotros adultos, atención, comprensión, orientación y amor.
Es en este orden de ideas que
expondré tres frecuentes acciones que algunos padres de manera intencionada o
no, solemos hacer y que a veces sin darnos cuenta o justificando la acción
avalamos la consecuencia en el argumento de formar una personalidad autónoma,
independiente y fuerte.
1. Déjalo llorar: cuántas veces hemos escuchado esta expresión? Personalmente
no solo la he escuchado un millón de veces, también la dije otro centenar. Ante
esta recomendación se expone una infinidad de razones desde lo biológico (así
fortalece los pulmones) hasta lo social (así fortalece su carácter) y me
pregunto yo, será que esto de alguna manera funcionó en nosotros? Cómo saberlo?
Ni idea! Pero bueno lo seguimos diciendo y haciendo. Ahora bien, si en vez de
ver llorar a nuestro hijo, vemos llorar a nuestra pareja, mejor amigo o
simplemente el desconocido que llevamos sentado a nuestro lado en el autobús,
pensaríamos igual? Lo dejaríamos solos para que fortalezca sus pulmones y
personalidad? Ni pensarlo! correríamos a consolarlo y apoyarlo. Entonces qué es
lo que hace genuino un llanto, la edad del ejecutor? No! El llanto lo hace
genuido el humano que lo ejecuta y las emociones que lo motivan, así que todos,
indistintamente de la edad, todos lloramos legitimamente y necesitamos amor,
consuelo y comprensión.
2. Ignóralo: sin entrar en detalles psicológicos y conductuales de las
implicaciones emocionales que tiene ignorar a una persona, analicemos esta
situación desde la sabiduría popular, muchas veces leemos y escuchamos que “no
hay peor castigo que ser ignorado”, esta acción incluso pasa a ser el mejor
consejo entre adolescentes cuando un novio lastima al otro… increiblemente también
se ha posicionado como el mejor consejo para extinguir una conducta inadecuada en
un niño, como lo es la pataleta. Los niños se encuentran en proceso de
conformación y crecimiento de sus estructuras cognitivas, emocionales y
lingüísticas, es por esa razón que en oportunidades explotan emocionalmente
porque se sienten impotentes ante la necesidad de expresar sus pensamientos y
emociones y ser comprendidos , entonces... zaaasss, aparece la pataleta. Ante esto el
niño necesita ser visto, atendido, acariciado y comprendido desde sus
necesidades, necesita ser acompañado para darle sensación y nombre a lo que
está sintiendo y expresando, de esa manera lo orientaremos en el complejo
camino de entender el mundo y no en el simple y oscuro camino de extinguir
conductas… Bueno, conductas que no se extinguen del todo, porque de adultos
seguimos haciendo pataletas, o es que ninguno de nosotros nos hemos molestado
con alguien y hemos dicho cosas de las que luego tenemos que retractarnos y
disculparnos, o nunca hemos trancado un teléfono, lanzado una puerta o torcido
una mirada.
3. Dale su nalgada: debo reconocer que antes de ser madre este argumento
formaba parte de mi discurso, “la nalgada a tiempo”, muchos la hemos recibido y
(creemos que) no tenemos ningún trauma por ello, fue leyendo a respetables
defensores de la infancia como Carlos González, a Berna Iskandar y Laura
Gutman, entre otros, que entendí que la nalgada a tiempo de acción acertiva,
constructiva y pertinente en conducta y tiempo no tiene nada. Pongamos bajo sospecha
algunos de sus argumentos: (a) “no deja traumas, pero si enseña” pensemos en
ese momento que nos dieron de niños una “pela”, disfrutamos de
ello?, no hubiesemos preferido por ejemplo que mamá o papá nos cargaran y nos
explicaran? O estamos conformes con esos golpes? Y por cierto, qué fue
exactamente lo que aprendimos?, (b) “a tiempo” para que sea realmente un
estímulo castigo que busca extinguir la conducta debe efectuarse inmediatamente
después de la aparición de la conducta inadecuada, por lo que debemos entonces
autorizar a todo aquel adulto que comparta con el niño, incluyendo a los
docentes en el caso de que los niños ya se encuentren escolarizados, lo
permitirías? De ser negativa la respuesta, la nalgada a tiempo deja de tener
temporalidad oportuna y pasaría a ser simplemente una nalgada, es decir,
sencillamente pegarle a un niño (quien por comparación de fuerzas con el adulto
es indefenso).
Realmente podría
extenderme con más explicaciones y ejemplos, sin embargo creo pertinente dejar
la reflexión en este momento hasta aquí, a futuro seguiremos abordando el tema,
lo importante a resaltar antes de finalizar es la invitación a dejar de ver la
violencia como ajena, para ver la
nuestra, conmover los argumentos que invisibilizan la violencia infantil y
reconocer los verdaderos sentires de los niños ante nuestras acciones y de esta
manera transformar nuestras creencias e idearios sobre la crianza y la niñez y
construir un mejor ambiente de amor y comprensión para nuestros hijos, que
redundará en la paz y el bienestar de la familia y la sociedad.
Lidmi Fuguet
Mamá de Sabrina
Profesora en Educación Especial - Dificultades de Aprendizaje
Magister en Lctura y Escritura
Doctora en Educación
Creadora de Pequeñas Estrellitas
Mamá de Sabrina
Profesora en Educación Especial - Dificultades de Aprendizaje
Magister en Lctura y Escritura
Doctora en Educación
Creadora de Pequeñas Estrellitas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario