Durante
años, primero como maestra y luego como madre, he visto en el inicio del año
escolar (a veces durante todo período) como los niños lloran a las puertas del
cole cuando sus padres los dejan allí, este fenómeno universal (digo universal
porque se repite constantemente en todas las localidades) ha sido psicológica,
sociológica y pedagógicamente explicado bajo el argumento de la adaptación, ha sido justificado de
manera tan blindada que asumimos como normal
el hecho de que los niños lloren y como una gran fortuna, privilegio y casi un
regalo divino que no lo hagan.
Este
argumento ha sido históricamente aceptado (y defendido) como consecuencia de la
cultura homogeneizante y patriarcal que lamentablemente impera en nuestra
sociedad y que tantos estragos y violencias visibles e invisibles ha promovido
alrededor de las conformaciones familiares y escolares. Ahora bien, para el
caso de este pequeño escrito reflexivo que comparto, solo intentaré aproximarme al minúsculo, pero
complejo suceso del llanto en la puerta de la escuela e intentar poner en
tela de jucio el argumento de la adaptación
y las técnicas implementadas para abordar pedagógicamente
este proceso.
Ciertamente
el inicio del período escolar implica una serie de cambios tanto para el niño,
como para los padres, la familia y en fin la sociedad completa, es por ello que
desde el punto de vista psicológico se explica que el proceso de la adaptación es
aquel que permite reacomodar nuestras estructuras cognitivas, físicas,
emocionales (y para mi) espirituales, con el propósito de (re)incertarnos en un
nuevo funcionamiento orgnizativo de la rutina diaria; hasta allí todo pareciera
estar muy bien, sin embargo cuando las interpretaciones de las conductas
manifiestas en este período comienzan a tergirversar la realidad con alusión a
que los niños lloran o hacen pataletas para manipular, desafiar o sencillamenre
hacerle la vida cuadritos a sus padres, es cuando se inicia el desconocimiento de
las necesidades legítimas del infante.
A
propósito de creer que los niños no quieren volver a la escuela solo por
malcriadez, dejo la siguiente pregunta al aire: Y a quién le gusta que se
acaben las vacaciones? Hmmm, creo que veo pocas manos, por no decir ninguna,
arriba… Ok, sigamos.
A mi
parecer, el problema no solo radica en esa penalizadora y culpabilizante
interpretación de las causas del llanto en las puertas del cole, este conflicto
pica y se extiende cuando vemos el uso de técnicas para extinguir esta supuesta
inadecuada conducta infantil, avaladas por padres y docentes quienes
obedientemente se incertan en un circuito de Biopoder, donde pesa más la voz del
“Especialista” que el sentimiento humano, compresivo y amoroso hacia el niño.
De
esta manera, vemos como normal que el
niño llore porque es dejado en la escuela, aceptamos la entrega de nuestro hijo
reprimiendo nuestros deseos de abrazarlos y consolarlos atendiendo a las
recomendaciones del docente para acabar con esa actitud desafiante.
Algunos
colegios son un poco flexibles y permiten que el padre baje a su hijo del carro
y lo acerquen a las puertas del mismo, otros ni siquiera permiten esto y el
docente se convirte en una gran estrella de la llave maestra para agarrar al
niño en plena pataleta desde el carro hasta el salón. Estas cosas mayormente
suceden en los maternales y preescolares, es decir, en donde el ser humano es
más vulnerable e indefenso. Debo ser justa en mencionar que hoy en dia hay
instituciones que hacen de este proceso de adapatación una
experiencia más armónica, donde permiten en acompañamiento presencial de los
padres al aula, intentando reconocer y satisfacer las necesidades del infante, pero
siguen siendo pocos.
Y
entonces, qué hacemos al respecto? Realmente la respuesta más oportuna, efectiva
y trascendente pasa por conmover y renovar las concepciones y procedimientos
escolares, construir escuelas más humanas, formar docentes más sensibles y
creer en la pertinencia de una pedagogía más respetuosa, comprensiva y amorosa,
empezar a dejar un poco de lado la centración en el bien futuro y preocuparnos más en la felicidad del presente (que al
fin y al cabo redunda positivamente en el bien futuro). Sin embargo esta es una
respuesta que no podemos resolver ahorita mismo y ya las clases van a comenzar…
entonces cómo procedemos?
Nosotros
los padres debemos pensar, repensar y buscar comprender por qué nuestro hijo
manifiesta esas conductas, qué emociones están detrás de ellas y las mueven; hablarle,
consolarle y acompañarlo con paciencia y amor expreso en estos períodos de
distanciamiento. Invito a los padres a negociaciar en las medidas de sus
posibilidades y de las politicas de la escuela, que la incorporación sea
paulatina y procesual, por ejemplo: ir aumentando el tiempo de permanencia en
función de la disposición del peque, dejarlo llevar algún objeto de apoyo
emocional, pedirle a los docentes que coloquen por ejemplo música que es
conocida a los niños (yo siempre les regalo un cd a los maestros, ellos lo
aprecian enormemente), en fin lo importante es que los niños se sientan
atendidos, comprendidos y amados. También hay que indagar si la estructura escolar del cole que hemos escogido o las técnicas pedagógocas de la maestra no es la más apta para nuestro peque, a veces la reflexión nos lleva a un cambio de escuela, esta es una posibilidad que no debemos descartar y debemos aceptar con sinceridad.
Para
los maestros, es de gran importancia conectarnos con el alumno como el niño que
es, desde su infancia y no desde la mirada jerárquica del adulto, aproximarnos
a sus sentimientos e intereses, satisfacer sus genuinas necesidades, no sólo
escolares o de aprendizaje sino también emocionales y de cariño; soy de las
que cree que más vale un abrazo sincero que una toma de dictado, lo he
comprobado como docente de escuela y universitaria.
Para
finalizar, invito a todos, padres, maestros y cualquiera que se encuentre
involucrado con un niño a repensar nuestras creencias sobre sus conductas y a
reposicionarlas desde la mirada infantil, aquella que por más adultos, maduros
y serios que pensemos ser, siempre nos acompaña en el fondo de nuestro corazón,
de esta manera aportaremos nuestro granito de arena para cambiar las lágrimas
del inicio a clases por hermosas sonrisas.
Lidmi
Fuguet
Mamá de SabrinaProfesora en Educación Especial - Dificultades de Aprendizaje
Magister en Lectura y Escritura
Doctora en Educación
Creadora de Pequeñas Estrellitas
Excelente artículo....
ResponderBorrarLa mejor! Sin duda alguna...
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