Antes de comenzar este post deseo expresarles mi más sincero
reconocimiento a esas madres que han tenido la valentía de enfrentarse
firmemente a los estragos de la cultura academicista de nuestras escuelas y
alzar su voz por el respeto a la infancia, respeto a su hijo… Si cada una de
nosotras hacemos eco de los abusos escolares, iremos transformando
esas lamentables realidades para hacer de la escuela un escenario genuino de
aprendizaje.
Quien ha tenido alguna experiencia escolar, bien como
alumno, docente o representante ha sentido en algún momento cierta incomodidad
con respecto a algunas prácticas educativas. Y es que irónicamente, la escuela,
ese lugar que ha sido creado para cuidar y enseñar al niño, orientar a los
padres y mediar procesos sociales de su comunidad, a veces (por no pecar de
generalizadora e injusta al decir muchas oportunidades) pareciera no tomar en
cuenta los procesos evolutivos del niño, el reconocimiento de los vínculos
afectivos madre/padre-hijo y las reales necesidades e intereses de las familias
y la comunidad en la actualidad.
Como este es un tema que brinda mucha tela que cortar,
hablaremos de un punto en particular, la constante culpabilidad que le
atribuyen los miembros de la escuela a la mamá con respecto a cualquier conducta
considerada inapropiada por parte del niño. Y es que pareciera que no hay
manera de escapar ante tal señalamiento… por cierto, aclaro que con el presente
planteamiento no pretendo restarle responsabilidad a las madres con respecto a
la crianza, nada más alejado a mi planteamiento, pues tengo la firme convicción
que la enseñanza en casa es la base para la consolidación de la personalidad
del niño; por el contrario, mi llamado de atención en este post es hacia la
necesidad de dejar de juzgar a las madres y etiquetar a los niños con un
discurso aparentemente “academicista y especializado” que en muchas
oportunidades nos acerca más a problemas (innecesarios) que a soluciones,
veamos a continuación algunos ejemplos de ello:
1.
Generalmente los niños son penalizados por ser
muy activos, en el momento en que los niveles de actividad del niño superan las
normativas escolares y las expectativas de los docentes, entonces la madre es
penalizada en consecuencia por su estilo de crianza, poniendo en tela de juicio
la forma como se establecen los límites en casa, como se impone la autoridad o
como se excede consintiendo al niño… este último punto salpica hasta a los
abuelos.
2.
Cuando un niño no logra concentrarse en clase, casi
de manera inmediata es remitido a algún especialista quien procede a la
realización de una serie de evaluaciones dirigidas a indagar en las causas
internas en el niño o aquellas vinculadas con los aspectos sociales del entorno
inmediato, entiéndase la familia y establecer diagnósticos que etiquetan al niño
y juzgan a la madre… ni hablemos si por algún motivo, bien sea económico o por
conocimiento de causa, la madre decide no llevar a su hijo al “especialista”,
la madre es doblemente juzgada. En pocas
oportunidades se indaga sobre la didáctica implementada en la escuela, la
motivación que es capaz de promover el docente para incrementar el interés y la
participación de los niños, siendo en muchas oportunidades esta una de las
razones centrales
3.
Si el pequeño no cubre los niveles esperados en
aparencia, vestimenta, asignaciones o las expectativas en hábitos escolares o
contenidos curriculares, las madres somos penalizadas con pocas posibilidades
de defendernos. Cuántas veces hemos escuchado a las maestras culparnos con
frases como: - usted tiene mucha responsabilidad en eso porque no pone mano
dura – su hijo está muy inmaduro porque es muy consentido – debe colaborar un
poco más reforzando en casa. Lamentablemente, son pocas las veces que el
maestro entiende que ser mano dura no implica enseñar de manera consciente
respeto y límites, los gestos de amor y atención no generan inmadurez y el
reforzamiento de contenidos sin contexto no promueve la construcción del
aprendizaje.
Si bien es cierto que como madres en oportunidades cometemos
errores en nuestros estilos de crianza, más cierto aún es que cuando nos
conectamos conscientemente con nuestro instito materno somos capaces de
regular, enmendar y aprender de nuestros propios errores, por lo que la escuela debería
hacer mayores esfuerzos en entender al niño desde sus genuinas necesidades y
naturales características, juzgarlos menos desde esos parámetros artificiales
que ha construido la cultura escolar tradiocionalista y avanzar hacia
propuestas más humanas y respetuosas que inviten e incluyan a la madre en pro
del bienestar de sus hijos y que no la excluya con juicios y culpas
preelaboradas.
Finalmente deseo expresar mi agradecimiento a madres amigas,
quienes me han contado y confiado sus experiencias, las cuales dieron la
inspiración para estas líneas... y reconocer que yo también me he sentido
juzgada y he sido señalada como culpable, por eso también he alzado mi voz.
Lidmi Fuguet
Mamá de Sabrina
Profesora en Educación Especial –
Dificultades de Aprendizaje
Magister en Lectura y Escritura
Doctora en Educación
Coordinadora de Pequeñas Estrellitas
@PeqEstrellitas
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